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domingo, 20 de abril de 2014

EL CEREBRO ABDOMINAL








 

El sistema digestivo se compone de órganos primarios que forman un tracto o canal, y de órganos accesorios. Cumple la función de proveer al organismo un suministro continuo de agua, electrolitos y elementos nutritivos: conduce la comida a lo largo del tubo digestivo mediante movimientos ondulatorios (onda peristáltica), segrega jugos digestivos, digiere los alimentos, absorbe los productos digeridos, los transporta hasta el sistema circulatorio y finalmente, expulsa los desechos.

Los órganos primarios que componen este sistema son: esófago, estómago, intestino delgado, e intestino grueso. El hígado, la vesícula biliar y el páncreas son los órganos accesorios. Desde el punto de vista de Body-Mind Centering®, las vísceras que forman el tracto digestivo son una columna blanda, anterior a la columna vertebral, que va desde la boca hasta el orificio anal, que da un soporte orgánico importante al eje vertical del cuerpo en sus movimientos en los distintos planos espaciales, y al movimiento en los patrones pre-espinal, oral y espinal(1). A su vez, cada uno de los órganos, individualmente o en conjunto, puede ser utilizado para la alineación y la reorganización de la postura.

El sistema digestivo en general está asociado a la transformación de pensamientos y de ideas, al hecho de tomar aquello que nos nutre y de expulsar lo que es tóxico, al procesamiento y asimilación de información y sentimientos, a la toma de decisiones, a la acción, y a la conexión con lo substancial y con la tierra.

Cada uno de los órganos que lo componen tiene una función diferenciada, e individualmente nos brindan diferentes experiencias de integración psicofísica:

La boca es la primera porción del tubo digestivo. Realiza la masticación, la insalivación, interviene en la emisión de la voz y contiene la lengua, donde se encuentran las células sensoriales del gusto. Este es un órgano de comunicación con el exterior, con lo que nos permitimos aceptar o rechazar.

El esófago conecta la faringe con el estómago y es un elemento clave para la reorganización del cuello y la relación cráneo / cervicales. Es un espacio de transición entre el mundo externo y el mundo interior del estómago, un lugar para reconsiderar las decisiones antes de comprometerse totalmente.




El estómago es una porción dilatada del tubo digestivo. Almacena transitoriamente los alimentos ingeridos, para transportarlos posteriormente en cantidades más pequeñas al intestino para su digestión. Esto permite cubrir nuestras necesidades alimenticias con un reducido número de comidas principales (si no tuviéramos estómago, el aporte de alimentos debería distribuirse en muchas tomas en pequeñas cantidades). El estómago no solamente funciona como reservorio de alimentos: también los desinfecta a través del ácido clorhídrico que segrega, que neutraliza las bacterias existentes en lo que comemos. Desde el punto de vista de la integración psicofísica, nos conecta con el deseo, la necesidad de aceptación, la capacidad de transformar grandes unidades en pequeñas partículas para su mejor asimilación.

El intestino delgado disocia los nutrientes que llegan a él transformándolos en moléculas reabsorbibles con la ayuda de enzimas generadas por la pared intestinal, el páncreas y el hígado. También reabsorbe y transporta sustancias: los lípidos, por vía linfática hacia el conducto toráxico, todas las demás, por vía sanguínea hacia el hígado. Este es un órgano de absorción, manifiesta la capacidad para asimilar lo que hemos absorbido, para recibir lo que necesitamos y separar lo que es importante de lo que no lo es.

El intestino grueso y el recto son la última porción del tubo digestivo. El intestino delgado digiere y reabsorbe los alimentos ingeridos tan a fondo que deja poco trabajo para el intestino grueso. La función de éste último es básicamente la absorción de agua y sales, y la eliminación por el ano, en forma de heces, del producto restante. Manifiesta la capacidad para tomar una resolución, para eliminar lo que no necesitamos, para abrirnos o cerrarnos al mundo.




El hígado es el laboratorio central del cuerpo. Es la glándula más grande, y en general también el órgano de mayor tamaño. Cumple la función de almacenar y liberar proteínas, carbohidratos, lípidos, hierro y algunas vitaminas, de procesar y detoxificar muchas sustancias peligrosas para el organismo Produce urea y bilis. A nivel psicofísico nos conecta con el poder, la estabilidad, la capacidad de desintoxicar, de procesar emociones.

La vesícula biliar es una bolsa que sirve de reservorio para la bilis formada en el hígado. La bilis contiene ácidos biliares que emulsionan los lípidos en el intestino, colaborando en la digestión. Manifiesta la energía de reserva disponible para las pequeñas acciones cotidianas.




El páncreas combina dos órganos con funciones muy diferentes: una glándula digestiva (porción exocrina) y una glándula de secreción interna (porción endocrina). Es el órgano que modula la dulzura, el deseo, las aspiraciones.

Como el resto de los órganos del cuerpo, el aparato digestivo está bajo el control del Sistema Nervioso Autónomo (SNA). Pero a diferencia de otras vísceras, éste posee un sistema propio de regulación. Las últimas investigaciones en neurogastroenterología nos dicen que este mecanismo hace algo más que regular y supervisar los complejos procesos digestivos. Los plexos nerviosos del Sistema Nervioso Entérico (SNE), como el cerebro, producen sustancias que influyen en nuestro estado de ánimo.

Esto no debería sorprendernos, ya que si hacemos referencia a la sabiduría popular, en las culturas antiguas y modernas se ha tenido la conciencia de que nuestro aparato gastrointestinal es capaz de experimentar emociones. “Se me hace un nudo en el estómago”, “no lo trago”, “como una patada al hígado”, son sólo alguna de las referencias “digestivas” que utilizamos habitualmente. Un cosquilleo en la panza ante una buena noticia o la sensación de “mariposas en el estómago” ante la vista de la persona amada son la otra cara de la moneda.

El segundo cerebro

El Sistema Nervioso Entérico es la red nerviosa local del sistema digestivo, alojada en las capas de tejido que forman el esófago, el estómago, el intestino y el colon. Es una red primitiva, pero a la vez compleja. Si tenemos en cuenta que solamente en el intestino delgado existen más de 100 millones de células nerviosas, que es aproximadamente el mismo número de células que forman la médula espinal, el número total de células del SNE supera ampliamente a las contenidas en la médula.

En la evolución filogenética, el tubo digestivo (con su habilidad para ingerir, masticar, digerir, asimilar y excretar sustancias) y un sistema nervioso rudimentario aparecen en primitivos animales tubulares que vivían adheridos a las rocas, desde donde esperaban que la comida pasara cerca de ellos para alimentarse. Con la evolución, los animales necesitaron de un cerebro más complejo para asegurarse la comida y la reproducción, y desarrollaron un sistema nervioso central. Sin embargo, el sistema nervioso visceral siguió siendo necesario para que las crías pudieran alimentarse desde el momento del nacimiento, y la naturaleza decidió que era más práctico dejarlo dentro del tracto digestivo que trasladarlo a la cabeza. En animales superiores, el SNE es un circuito independiente conectado al SNC, pero que puede funcionar independientemente, sin seguir las instrucciones del “cerebro superior”. En el cuerpo humano, esta conexión entre ambos sistemas se realiza a través del nervio vago (Xpar craneal), el nervio más largo del Sistema Nervioso Parasimpático.

Embriológicamente, tanto el SNC como el SNE se desarrollan de una porción de tejido denominada cresta neural. Esto ocurre muy temprano en el desarrollo del embrión, y sólo tiempo más tarde ambos sistemas son conectados a través del nervio vago. Aunque embriológicamente podemos decir que ambos sistemas se desarrollan al mismo tiempo, filogenéticamente hablando, como vimos, el cerebro visceral aparece mucho antes, y está más relacionado con nuestro cerebro reptil y con el sentido básico de supervivencia que con la corteza cerebral que dirige y controla todos nuestros actos como seres civilizados.




El cerebro entérico recibe en todo momento información desde la cabeza, pero nadie le dicta cómo debe trabajar. Es más, el flujo de mensajes desde el vientre a la cabeza supera con creces las órdenes que llegan del cerebro al tubo digestivo. Estudios recientes indican que el 90% de las fibras del nervio vago son aferentes, es decir que trasmiten señales en dirección a la cabeza. Esto hace que el mismo funcione básicamente como una vía de información desde el tracto digestivo al cerebro, donde esa información se integra con la proveniente de otras áreas del cuerpo. Las fibras que van del cerebro al vientre a su vez informan de la relación con el resto de las funciones corporales, lo que hace del sistema nervioso entérico un lugar independiente de integración y procesamiento, un segundo cerebro. “El sistema nervioso entérico jamás compondrá silogismo, escribirá poesía o abordará el diálogo Socrático, pero a pesar de ello es un cerebro”, dice el Dr. Michael Gershon jefe del Departamento de Anatomía y Biología Celular de la Universidad de Columbia, Nueva York en su libro The Second Brain.

A medida que descendemos por el tubo digestivo, el SNC cede control a su contra parte abdominal. Desde la boca hasta la mitad del esófago, predomina el control del cerebro. La primera manifestación de la mente entérica se hace notar en los movimientos peristálticos de la parte inferior del esófago. El cerebro vuelve a tomar el control en el cardias (el esfínter que permite el paso de los alimentos hacia el estómago), donde tiene una influencia importante, ya que el vago se encarga de mantenerlo informado de lo que pasa en el abdomen, aunque el entérico puede retomar las riendas en cualquier momento. El auténtico reinado del segundo cerebro comienza en el píloro (el esfínter de salida del estómago), y se extiende a lo largo del intestino delgado, la región dedicada a la absorción de los nutrientes. En el tramo final del aparato digestivo, el SNC vuelve a mostrar su dominio, ya que el control del colon y el ano es voluntario.

Las células nerviosas del SNE se encuentran dispersas en tres plexos llamados mientérico, submucoso y mucoso. El plexo mientérico o de Auerbach inerva las dos capas musculares del sistema digestivo, y se encarga del control de los movimientos del mismo. La capa externa está formada por músculos longitudinales que impulsan la comida desde la boca al ano. Músculos circulares forman la capa interna, que presiona la comida a medida que transita por el tracto. Para que el ritmo sea suave y armónico, debe haber coordinación entre las dos capas, comenzando por la contracción de la musculatura circular que presiona el bolo alimenticio, seguida por la contracción de la capa longitudinal, que ayuda a transportarla. Si ocurre lo contrario, se produce una interrupción en el ritmo: una respuesta si – no – si, que interfiere en el tránsito del alimento.

El plexo submucoso o de Meissner se localiza en la submucosa, e inerva la musculatura de la mucosa, donde se encuentra el plexo mucoso. Ambos controlan la secreción de las glándulas digestivas, la lubricación del tracto, el flujo sanguíneo y los reflejos del epitelio (la “piel” del tubo digestivo) que entra en contacto con las substancias ingeridas.

Los plexos del SNE contienen las mismas células que encontramos en el sistema nervioso, y sensores que monitorean el progreso de la digestión. Un rico circuito intrínseco de neuronas sensitivas, motoras e interneuronas conecta los diferentes niveles del intestino y coordina la actividad a lo largo de su recorrido. Se han identificado más de treinta sustancias liberadas por las terminaciones nerviosas de los distintos tipos de neuronas gastrointestinales, entre ellas neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, diferentes opiáceos que modulan el dolor, y benzodiazepinas, compuestos químicos con el mismo efecto tranquilizante que ciertos medicamentos. ”El Sistema Nervioso Entérico es un vasto almacén químico en el que están representadas todas y cada una de las clases de neurotransmisores que operan en nuestro cerebro”, dice el profesor Gershon, Y agrega: “La multiplicidad de neurotransmisores en los intestinos sugiere que el lenguaje hablado por las células del sistema nervioso abdominal es tan rico y complejo como el del cerebro”.

Hay también similitudes entre ambos sistemas relacionadas con el efecto del sueño sobre el tracto digestivo. Durante la noche, al cesar los procesos digestivos, el SNE produce ondas lentas de contracciones musculares suaves en ciclos similares a los que el cerebro produce durante el sueño. Se ha comprobado que pacientes con problemas digestivos tienen también anomalías en el movimiento rápido de los ojos, coincidente con el período donde se producen los sueños. Esto apoya la creencia popular que dice que la indigestión trae pesadillas.

El hecho de que el sistema entérico trabaje por cuenta propia hace que los científicos estén considerando la posibilidad de que también pueda memorizar ciertas emociones, sufrir de estrés y tener neurosis propias. El New York Times publicó en 1998 un artículo mencionando la existencia de un “cerebro oculto en el abdomen capaz de producir calambres, mariposas y valium”. Para los que estudiamos y trabajamos con la intricada relación cuerpo-mente, esto no es una sorpresa.

El estudio de los vínculos entre ambos sistemas permite comprender el origen de ciertas patologías gástricas y psíquicas, y el por qué los medicamentos destinados a tratar trastornos mentales afectan a los intestinos, y viceversa. Por ejemplo, algunos antidepresivos pueden provocar trastornos digestivos, ya que actúan aumentando la concentración de serotonina, lo que puede desajustar el reflejo peristáltico, desencadenando problemas de estreñimiento o de diarrea.

Como la piel, las mucosas del sistema digestivo limitan al organismo frente al mundo, ya que los contenidos del tracto son, de alguna manera, parte del mundo externo. En función de ello, estas mucosas cumplen funciones de protección, de absorción, de secreción, de transporte de sustancias y de defensa. Dicho de otra manera, nos protegen, nos permiten asimilar, entregar, acompañar y defendernos, de acuerdo a las circunstancias. A lo largo del recorrido del tracto encontramos válvulas o esfínteres que se abren o se cierran para el paso de aquello que nos nutre o nos perjudica. Aunque la boca no es considerada tradicionalmente un esfínter, es la abertura superior del tubo, y podemos considerarla como un órgano primario para la toma de decisiones: negar – cerrar – parar, o bien: aceptar – abrir – avanzar.

Michael Gershon dice: “Cuando nuestros predecesores emergieron del cieno y adquirieron una espina dorsal, desarrollaron un cerebro en la cabeza y un estómago con una mente propia. El cerebro principal delegó las funciones digestivas a un segundo cerebro, para así dedicarse en cuerpo y alma a otros menesteres, como la caza, la huida ante posibles enemigos y la búsqueda de pareja”,

Hemos recorrido un camino bastante extenso y sembrado de desafíos y dificultades desde la época de esos predecesores. Actualmente podríamos decir que las exigencias de la cotidianeidad nos obligan a controlar rigurosamente nuestros actos desde este control central situado en el interior de la cabeza, al que hemos convertido en dueño total de nuestro cuerpo: a través de él tomamos decisiones y nos enfrentamos a la rutina diaria. Excediéndose en las funciones para la cual fue creado, el cerebro nos dicta no sólo cuándo y como debemos actuar, sino cuándo y cómo debemos comer o no comer, dormir o mantenernos despiertos, detenernos o no para atender a nuestras necesidades básicas, etc.

El cerebro abdominal nos conecta con nuestra intuición, con el sentido elemental de confort / incomodidad, seguridad / vulnerabilidad, tranquilidad / agitación que tenemos, nos informa sobre nuestro estado básico, y nos alerta del peligro. Prestarle atención y coordinar las sensaciones que nos llegan de él con los pensamientos que elaboramos en el cerebro nos permite lograr un equilibrio entre la razón y la intuición.
Silvia Mamana


Notas:
1. El patrón pre-espinal es el movimiento iniciado desde las dos columnas blandas del cuerpo, que se desarrollan paralelas al eje axial de la columna ósea. Estas dos columnas son el tracto digestivo y el Sistema Nervioso Central (cerebro y médula). El patrón oral es el movimiento iniciado desde la boca, considerada como extremidad con la capacidad de proyectarse y alcanzar. El patrón espinal es el movimiento iniciado desde la columna vertebral. Cada uno de estos patrones o tipos de movimiento tiene el sustento de aquellos que se desarrollaron ontogenéticamente con anterioridad.


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