El cuerpo parece viejo o joven, según piense la mente. Todo organismo físico continuamente muere y continuamente se renueva mediante la fuerza vital. En el cuerpo humano se efectúa este proceso por medio de las células que son el elemento histológico de los tejidos constituyentes de los órganos vitales.
Son los instrumentos de que se vale la naturaleza para su obra. Formada la célula ha de trabajar, y cumplida su finalidad muere y otras nuevas la substituyen. Este proceso de formación de las nuevas células se efectúa mucho más rápidamente y con mayor uniformidad de lo que cabe imaginar. La forma del cuerpo permanece aparentemente la misma, mas sus elementos constitutivos están en constante mudanza.
La fuerza vital que obra bajo la dirección y guía de la mente subconsciente es el motor de la incesante renovación de células. Sin embargo, la mente subconsciente está sujeta a la influencia de la consciente, y esto es lo que a todos nos interesa conocer. Es innegable que podemos determinar las condiciones del cuerpo y por lo tanto también podemos determinar las condiciones de la vejez, si no tardamos demasiado en determinarlas.
Si fuera posible establecer divisiones arbitrarias de las épocas de la vida, las enumeraría del modo siguiente:
Juventud, desde la infancia a los cincuenta y cinco años; edad madura hasta los sesenta; edad proyecta hasta los setenta y cinco; ancianidad hasta los noventa y cien.
La mayoría envejecen mucho antes de tiempo y muchos ya no sirven para nada a los cincuenta y cinco o sesenta años, precisamente cuando podrían ser más útiles a su familia y a la humanidad. Esto es contrario a la naturaleza y una deplorable condición de nuestra época. No cabe duda de que un mayor conocimiento, algo de previsión y cuidado a tiempo, evitaría la prematura vejez en el noventa por ciento de los casos.
La natural ley del cuerpo es abundancia de salud y vigor. La fuerza vital que actúa siempre bajo la dirección de la mente subconsciente, siempre construye saludable y normalmente. La estructura celular está construyéndose de continuo en el cuerpo mediante la porción asimilada del alimento tomado para la nutrición del cuerpo; pero la afecta en bien o en mal, la favorece o perturba la índole de pensamientos conscientes.
De gran valor sugestivo son los siguientes párrafos de un notable autor :
"Dios ha gobernado y perpetuamente lo gobierna todo, de suerte que nuestra naturaleza propenda hacia la salud y contra el anormal estado que llamamos enfermedad. Cuando nuestra carne recibe una herida, comienza un singular proceso salutífero para reparar el daño. Así, en toda enfermedad se establece este misterioso poder curativo para triunfar de la condición morbosa... ¿No puede acelerarse este proceso curativo por una acción voluntaria y consciente de la mente, auxiliada, si es necesario, por la de otra persona?"
Mis observaciones y experiencias me obligan a responder afirmativamente. Por un esfuerzo volitivo y mental del pensamiento, la fuerza salutífera de que Dios ha dotado a nuestro organismo fisiológico, puede intensificar su acción sobre el cuerpo. Tal es el misterio de las curaciones efectuadas por Jesucristo. La ley de la acción de la mente sobre el cuerpo es análoga a la ley de la gravedad. Es posible comprender y valerse de la ley de la curación de las enfermedades lo mismo que de las otras leyes de la naturaleza.
Si mediante este proceso es posible alterar las condiciones físicas del cuerpo, aun después de establecidas, ¿no será posible y aún más fácil determinar desde luego la clase de estructura celular del organismo? Opinan los más preclaros pensadores que si pudiéramos evitar el endurecimiento o acartonamiento de las células retardaríamos la vejez y prolongaríamos la juventud.
La causa de la osificación es en parte mental y en parte física, y con relación a ambas deben tenerse en cuenta las condiciones hereditarias.
Fijemos nuestra atención en ello. El alimento ingerido, o mejor dicho, el asimilado, es el material constructivo; pero la mente es siempre el constructor.
Hay mente consciente y subconsciente, es decir, que la mente tiene dos medios de expresión: la conciencia y la subconciencia. La conciencia es la mente pensadora y la subconciencia es la mente activa. La conciencia es la mente sensoria que percibe por medio de los cinco sentidos. La subconciencia es la mente interna, que preside las funciones orgánicas aun durante el sueño. La conciencia sugestiona y dirige; la subconciencia pone en obra las sugestiones recibidas.
Los pensamientos, las ideas, y aun las creencias y las emociones de la mente consciente son las semillas que recibe la subconciencia donde germinarán y producirán fruto de su misma índole. La actividad química de la formación celular del cuerpo está completamente bajo la influencia y dominio de la subconciencia que todo lo penetra.
En su obra Las leyes de los Fenómenos Psíquicos dice el Dr. Tomás J. Hudson:
"La mente subjetiva es siempre susceptible de sugestión." Cuando entendemos y apreciamos esta verdad, es fácil advertir cómo el cuerpo construye, o mejor, se construye para la salud y el vigor o para la enfermedad y la flaqueza; para la juventud y la energía o para la prematura osificación. Por lo tanto, en nuestro poder está el determinar unas u otras condiciones.
Un notable pensador ha dicho: "Cuanto establece la mente, los pensamientos habituales, las ideas fijas, acabará por concretarse en el mundo visible y tangible."
Tenemos en resumen que el cuerpo cambia por efecto de la asimilación y desasimilación, presididas por la mente subconsciente.
La subconciencia está a su vez regida por la conciencia o mente pensante, y por lo tanto, como dice Lubbock, debemos ir con mucho cuidado con lo que damos entrada en nuestra mente.
Si estando sanos nos creemos sujetos a la debilidad, al decaimiento y a la enfermedad, la mente subconsciente quedará sugestionada por esta creencia y construirá según la plantilla que reciba. Por esta razón, quienes de continuo piensan y hablan de sus dolencias o las presumen aprensivamente y las temen, nunca están sanos.
Mirarse a sí mismo, creerse, y por lo tanto representarse en la mente robusto, sano y activo, equivale a sugestionar la subconciencia, de modo que construya el tejido celular sano y activo, con abundante salud y vigor. Del mismo modo, cuando llega la edad en que de ordinario empieza la vejez, si nosotros creemos o los demás nos dicen que somos viejos y nos portamos de acuerdo con el pensamiento de vejez, proporcionamos a la subconciencia el patrón que inevitablemente producirá corporalmente las condiciones de vejez y quedaremos sujetos a su influencia, debilitando nuestra fuerza vital.
Permanecer joven de mente, ánimo y sentimientos equivale a permanecer joven de cuerpo. Envejecer a la edad en que muchos envejecen es cuestión de hábito mental. Pensar en la salud y en el vigor, vernos de continuo en esta condición, equivale a actualizar la sutilísima fuerza dinámica que se exterioriza en el cuerpo. Si la condición corporal, mediante siniestros hábitos mentales y emocionales, llega a ser anormal y enfermiza, bastará persistir en la opuesta actitud de la mente para actualizar la energía vital que restaure las saludables y normales condiciones.
Si las anormales y morbosas condiciones provienen de erróneos hábitos físicos, de la violación de las leyes de la salud, debe cesar esta violación, prestando al cuerpo la atención requerida mediante la sencilla alimentación y limpieza, aire puro, ejercicio moderado, y veréis cómo se opera lo que antiguamente se hubiera tenido por milagro.
De este modo, la mente es una sutil transformadora y curativa energía de gran intensidad según cada día está demostrando la experiencia. Por sumisión a la divina Ley hay ya muchos que se curan a sí mismos de varias enfermedades e invierten la debilidad e impotencia en fortaleza y vigor, luchando victoriosamente con la vejez. El pensamiento es una sutil y potente fuerza que inevitablemente produce efectos de su propia índole. En la edad madura debemos tener mucho cuidado en no anticipar la decrepitud, y para ello nada más a propósito que la moderación, la sobriedad, el júbilo y el sosiego, de suerte que la edad madura sea una prolongación de la prudente juventud, dando por resultado una fuerza y vigor que dilataría indefinidamente la virilidad.
Bueno es que hagamos aquí una observación a las madres respecto de la edad en que sus hijos crecidos, quieren parecer hombres. Sin duda, las madres no cometerían la locura de hacer a los diez y seis años lo que habrían de hacer a los treinta y cinco de modo que acortaran su dorada juventud.
El fértil campo de la literatura está a disposición de la mujer. Para los estudios y actividades que tanto anhelaba tiene ya una mente más cultivada, más copiosa experiencia que en otro tiempo. Se interesa
también en los problemas sociales y cívicos con mayor sentido de su responsabilidad, hasta equipararse al hombre en derechos y deberes. De esta suerte es la mujer más valiosa para sí y para sus hijos, a quienes puede inspirar mayor confianza, respeto y admiración que si se retrajera en el pensamiento de su inferioridad. La vida, mientras estamos en el mundo, ha de ser una evolución, un progreso, pues tal es su finalidad; pero los pensamientos de quietismo y flaqueza se oponen a la evolución progresiva y osifican, debilitan, amortiguan física y mentalmente. Quien anhele permanecer joven, no han de ser para él los años venideros de abandono de la esperanza, de la dicha ni de la actividad, sino de relativo vigor, con mayor experiencia, y por lo tanto, con mayor provecho y utilidad de que resulten el placer y la dicha.
Aplauso merecen quienes no permiten que las vicisitudes les amarguen la vida, les arrebaten la fe o menoscaben las energías necesarias para la satisfacción de la vida. Aquellos que jamás permiten que se les deprima el ánimo, sean cuales sean sus individuales problemas, circunstancias y condiciones en que se hallen, sino que todo lo arrostran serenamente, son los verdaderos señores y dueños de la vida; los que alientan y auxilian a los demás. Muchos podrían añadir algunos años de salud y vigor a su vida por medio de la renovación de su mente y de una constructora, positiva y dominante índole de pensamientos.
Tennyson fué profeta cuando cantó: "Acerquémonos al lado luminoso de la duda. Juntémonos a la fe más allá de las formas de la fe, porque la fe no vacila con tempestad de palabras bélicas. Brilla al entrechoque del sí y del no. Vislumbra lo mejor en lo peor. Sabe que el sol lucirá de nuevo pasada la noche. Columbra el verano a través del invierno. Saborea la fruta antes de que la flor caiga. Escucha la alondra en el mudo huevo. Encuentra la fuente en donde, al parecer, no hay más que espejismo."
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